martes, 29 de diciembre de 2009

Capítulo cuatro

Veía todo negro y algo me impedía abrir los ojos, creía que me estaba muriendo pero me sorprendí al ver una luz a lo lejos. Era pequeña pero era una luz. Intenté levantarme para ir hasta ella pero no podía ponerme de pie; entonces habló alguien. 
-Levantate, no te caígas, lucha cielo, tu eres fuerte, manten la fe, manten tu fe.- Era la voz de papá.
Lo intenté de nuevo y me convencí a mi misma de que si había conseguido abrir lo ojos también lograría ponerme en pie. Pero era incapaz; mi cuerpo no me obedecía, no sabía lo que estaba pasando.
-Papá, ¿donde estás?, ayudame, papá.- Grité.
-No te rindas, sigue intentandolo, manten la fe, mante tu fe...- La voz paracía desvanercerse. Se escuchaba cada vez menos.
Me esforcé por levantarme y entonces vino el dolor; me retorcí en el suelo, cada vez aumentaba más y lo peor era que no sabía de que parte de mi cuerpo venía.
De rrepente todo lo negro se convirtió en blanco, como si estubiese en la nada o mejor dicho en un manicomio. Todo estaba blanco y a lo lejos se seguía viendo aquella luz.
De pronto, todo así muy rápido apareció una persona delante mía y el no saber de donde había salido me provocó un miedo horrible. La luz esa aumentó y me hizo cerrar los ojos, de nuevo no los podía abrir, era como si me hubiesen puesto una linterna en los ojos y no me la quitasen. Aquella persona que iba cubrida por una túnica, también blanca, se puso delante y pude abrirlos. Era un gran alivio.
Por mucho que le mirase no le podía ver la cara; llevaba la capucha de la túnica puesta, y si le miraba fijamente la luz me hacía daño en los ojos, por eso los tenía que tener entrecerrados.
Esta persona no hablaba, ni tampoco se movía, por eso no podía saber si era hombre o mujer, si lo conocía o no, si era bueno o malo, no sabía nada. Tuve más miedo aún y reculé hacia atrás ayudandome con las manos para alejarme, pero daba un paso y me alcanzaba, yo volvía a alejarme un poco más pero me perseguía sin cansarse. Había veces que podía mover mi cuerpo pero otras no y tenía que aferrarme con las uñas al suelo para poder tirar de mi como pudiese.
El de la la túnica se paró y yo también, pero no por nada sino porque ahora no me podía mover de cintura para abajo. Era una situación muy molesta y no dejaba de llorar y de suplicarle que me dejara tranquila, aunque él no me hacía caso. Puso una mano en mi pierna y pegué un grito ensordecedor.
-Duele, para , me está haciendo daño. Sueltame.-Gritaba, sollozaba, me retorcía; era horroroso.
Cuando quitó la mano me callé y todo volvió a estar en silencio. Ahora podía mover todo mi cuerpo menos la pierna izquierda, la que me había tocado. Me pesaba y parecía como si la tubiese dormida.
Esta horible persona se había levantado pero ahora volvía a agacharse. Fue a tocarme la pierna pero yo me quité; rodé unos cuantro metros pero se levantó, vino hasta mí y se arrodilló delante.
-No tengas miedo, tranquila.- Yo conocía esa voz, pero no podía ser posible.
-¿Papá?.- Pregunté intentando ver su cara, pero nada, dentro de la capucha se veía todo negro, como si no hubiese nadie.
Se quitó la capucha y....
-¡Papá!.-Grite emocionada
Abrí los brazos para darle un achuchón pero se levantó rechazandolo.
-¿Papá?, soy yo, tu hija.- Parecía no reconocerme.
Se dió la vuelta y echó a andar hacia la luz.
-Papá no te vallas, vuelve.-Vociferé llorando.
Me hizo caso. Me miró y vino hasta mí.
Yo miraba hacia arriba porque me encontraba en el suelo y papá estaba de pie. Desde aquí abajo era realmente alto y tenía que forzar mucho el cuello para sostenerle la mirada.
-Ayudame papá, no me dejes aquí.
Se agachó, me besó la frente y se apolló en mi pierna otra vez.
Al principio me dolía pero ya cuando me apretó creía que me estaba muriendo del todo.
-¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!, joder, me haces daño, papá, me duele la pierna, papá dejame. Me estas haciendo daño, ¡dueleeee!.
Me soltó y me quedé mirando sus ojos, no tenía duda de que era papá pero él nunca me haría daño, ¿porqué hacia esto?.
Me cogió en brazos y me llevó hacia la luz. Al cabo de un rato se paró en seco, me tumbó en el suelo y dijo:
-Yo solo te puedo acompañar hasta aquí lo demás es cosa tuya.
-Pero...¿como que solo me acompañas hasta aquí?
-Si cariño, para salir de todo esto solo tienes que buscar en tu cabeza, tienes que encontrarte, busca las palabras para convercerme de que estás preparada, demuestrame que serás fuerte y jamás te rendiras. Estas es la línea de salida, pídeme que te deje ir, dime algún motivo por el cuál lo deba hacer.
De repente una frase que en la vida antes había escuchado entró en mi cabeza y golpeó todos mis sentidos.
-Se que la tienes, vamos, escúpela si quieres que acabe todo esto.-Gritó. Parecía enfadado, pero yo desconocía el motivo totalmente.Quizá sería porque la respuesta era aquella frase que entró en mi cabeza. Yo la sabía.
-Ya sé que tengo los huesos de cristal pero podré soportar los golpes de la vida.-Chillé más fuerte que él y cerré los ojos con fuerza.
Cuando los abrí, la luz se hizo intensa y se extendió por todos lados.
Papá había desaparecido pero se escuchaba su voz a lo lejos, como al principio.
-Esta es mi chica. Tienes sueños demasiado grandes para este lugar. Ahora vete. Estas lista para dejarlo todo. Tan preparada como siempre.
La voz se fue debilitando y cerré los ojos rezando para que volviera ¿Que iba a hacer ahora?...
-¡Papá, vuelve, no me dejes aquí tirada!.-susurré. Me tumbé en el suelo completamente y deseé con todas mis ganas salir de esta absurda pesadilla.
Porque era un pesadilla ¿no?... 
-Esto es una pesadilla ¿no?.- Pregunté a... nadie porque donde yo me encontraba no había ni rastro de personas,estaba sola o tal vez... muerta.

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